«¡Yo os reto a
vos y a todos los caballeros que vengan!». El catalán, que se había
comprometido a romper todas las lanzas que restaran para abrir el paso,
logró herir y derribar de su caballo a don Suero que, aún sangrante,
volvió a subir a su corcel para continuar la lucha. Las Justas del Passo Honroso cobraron una nueva dimensión cuando
Mosén Bernal, el caballero negro, se enfrentó con el joven Lope de
Estúñiga, y sugirió la posibilidad de recurrir a triquiñuelas para
vencerlo, ante la desaprobación general. Como cabía esperar, Estúñiga
fue derrotado por su oponente. Pero el momento culmen llegó cuando don
Suero hirió gravemente a Esverte de Claramonte, que perdió la vida
sobre la arena del palenque. Los padres dominicos del convento de
Palacios de la Valduerna no autorizaron su entierro en sagrado, aunque
recomendaron que fuera sepultado junto a una ermita del Camino de
Santiago, con honores de caballero.
Dado el fallecimiento del
de Claramonte, los jueces de las justas dieron por liberado de su
prisión de amor al de Quiñones, que vio cómo le era retirada del cuello
la argolla de hierro que lucía como símbolo de aquélla. El caballero se
comprometió a peregrinar a Santiago para depositar ante el apóstol un
aro de oro, amatistas y piedras, como recuerdo de la argolla de la que
se liberó.
Terminadas las justas, los caballeros que no habían
sufrido heridas graves compitieron en diferentes juegos de habilidad,
hasta que sólo quedaron en pie don Suero y Mosén Bernal. Finalmente, el
caballero negro pereció bajo la espada del leonés ante el regocijo
general.
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